domingo, 12 de junio de 2011

• HEBE, LA COMPAÑERA

por Víctor Heredia

Ochenta y tres años tiene la compañera, la madre que perdió a dos de sus hijos y a su nuera a manos de la intemperancia política, de los duros, los mesiánicos, los adalides de las asonadas, porque no fue sólo de los militares la dictadura que nos rompió el corazón a los argentinos.

Hubo otros cómplices que callaron a sabiendas, otros que impulsaron la matanza a favor de oscuros intereses y otros que por inocencia y desinformación ignoraron lo que sucedía, pero los que nunca serán juzgados son aquellos que intuían que algo pasaba y prefirieron quedarse quietos, ignorando los gritos indubitables de los torturados y la agonía de los arrojados al mar, de las embarazadas asesinadas después de su maternidad.

La compañera, junto con otros compañeros y compañeras, salió a la Plaza de Mayo a gritarnos en el rostro que había que unirse para tratar de rescatar a los secuestrados y juzgar a torturadores y asesinos.

Esa mujer sencilla, común como mi propia madre, apenas leída y de lengua rápida y popular nos mostró el camino a todos, a los pusilánimes y a los indecisos, a los distraídos y a los inconscientes de toda conciencia ciudadana, humana y solidaria. No tuvo empacho en negar la dádiva del estado: doscientos cincuenta mil dólares por cada hijo asesinado. Es decir que se negó a recibir 750 mil dólares, si incluimos a su nuera, porque consideraba que con la sangre derramada no se negociaba, otros no pudieron resistir la tentación, pero Hebe es así de taxativa con su ideología y su dolor.

Esa misma Hebe borró el nombre de los suyos del pañuelo, para indicar que luchaba por los hijos de todos.

Hoy no entiendo la postura de quienes fueron sus compañeros de ruta tanto tiempo y, aunque acepte y comprenda diferencias y desacuerdos que no vale la pena enunciar aquí, debo decir que entre todos, poco tiempo atrás, siempre tratamos de zanjar esas instancias, porque está claro que el camino hacia la verdad es difícil y está plagado de trampas, engaños, zancadillas y somos conscientes de ser falibles.

Podemos equivocarnos en los análisis y en las propuestas y aprendimos por experiencia a sacar fuerzas en conjunto, para ayudar a esclarecer al equivocado, para levantar al caído y no exponerlo a los buitres, mucho menos aceptar que se lo inculpara gratuitamente, lo que no quiere decir tergiversar, tapar, ocultar sino defender la verdad, sobre todo cuando la acusación pretende poner en tela de juicio la lucha por los derechos humanos en todo su conjunto.

Eso suelen hacer los verdaderos camaradas, los compañeros. Todo ello nos hizo mejores cada día, más sensibles, abiertos, capaces de manejar inteligentemente las pocas oportunidades que brinda esta terrible realidad, el cerrado egoísmo del sistema, para avanzar en el proyecto común, popular y colectivo.

 Hoy lamento decir que algo nos pasa, algo doloroso, incomprensible, pero también absolutamente peligroso para todo lo avanzado cuando no defendemos abiertamente, desde organismos similares, a quien sólo trató de seguir los pasos que le marcaba la sangre derramada de sus hijos: ser útil al prójimo, ayudar haciendo casas para los más humildes, hospitales, salas materno-infantiles, escuelas, guarderías y fue, así parece indicarlo todo, claramente estafada en su maravilloso y humanitario intento.

Hebe va a salir airosa de esto porque sencillamente es inocente por amor, por dar segundas oportunidades a quienes evidentemente no lo merecían, por madraza testaruda, por confiada y crédula, su único y criticable error.

Me pregunto si los que se solazan con su equivocación o tratan de ponerse a salvo marcando distancias en lugar de cerrar filas ante el evidente ataque a una institución que es símbolo entrañable de toda una época, podrán sentirse igual de inocentes en el futuro, o por el contrario tendrán que golpearse el pecho arrepentidos desde la vereda de enfrente, que es exactamente donde parecen dirigirse ahora.<
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